Jesús, María y José representan, simbólicamente, el Cuarto Reino: la humanidad, que puede hoy fusionar lo femenino y lo masculino, y dar a luz al Cristo interno: la conciencia.
La Estrella de Belén - representa al alma misma, la guía segura que marca el camino, pero no todos ven la estrella, pues brilla en un cielo interior, brilla cuando en la noche oscura del alma nos hemos vuelto sensibles, nos volvemos sensibles cuando aceptamos el dolor. Nacer a nuestra sensibilidad nos permite comenzar a encarnar paso a paso el amor, ya no como un discurso intelectual que de nada sirve, sino como solidaridad en acción, cordialidad en las relaciones, honestidad en el carácter, compromiso responsable con el futuro
Detengámonos un momento, aunque creamos no tener tiempo, si esa así quizás podamos ver más allá de mirar. Si escuchamos y vemos, comprenderemos; si comprendemos no podremos no aceptar la invitación que la Navidad representa y elegiremos el camino de “volver a nacer”. Si volvemos a nacer, no necesitaremos ningún tesoro afuera, nuestra propia vida será el más sagrado tesoro.
Volvamos a ser niños…cuando somos niños, estamos, en general, bastante más contentos que cuando nos volvemos adultos. Y pensaba que los niños nunca están atrapados en las circunstancias y momentos externos, sino que siempre se sienten libres para volar con su imaginación. Cuando nos sentimos libres, automáticamente aparece la experiencia del contentamiento. La capacidad de la mente de imaginar mundos mejores y maravillosos es la puerta a la libertad espiritual. Es decir, físicamente puedo estar el algún lugar, y mentalmente puedo estar volando muy alto y completamente libre de las limitaciones de lo que me rodea. Los adultos vamos perdiendo esa capacidad de volvernos Superman o La Mujer Maravilla, o el papá o la mamá, o estar piloteando un avión o estar jugando a la casita de las muñecas. Me parece que es tiempo de reconquistar el espacio de nuestra libertad espiritual en los dominios de la imaginación más pura y elevada (capacidad de crear imágenes conectadas a nuestra esencia pura espiritual, capaces de darnos la experiencia de otros mundos espirituales). La invitación es, entonces, a viajar por estos mundos de luz e inocencia del alma.
Si elegimos la inocencia y aunque tropecemos, la volvemos a elegir, el balcón de nuestra vida recibirá cada amanecer el beso de la Navidad ganando terreno a las sombras. Inocencia no es autojustificación, ni autoengaño, no es autocomplacencia; inocencia es confianza en nuestro potencial humano, es confianza en la vida, es saber que tenemos un Dios interior que nos bendice, nos protege y si escuchamos, nos guía. Y si no eres creyente, te guía la sabiduría del hombre…
La confianza no es la ingenuidad de pedir o pretender una vida sin dolor, es la actitud madura de saber que el dolor nos enseña a valorar lo esencial, nos profundiza, pule nuestras aristas y nos acerca al ser. El viaje es largo sin embargo la alternativa, caminar en círculos, no tiene ningún sentido. Viajemos, viajemos, ya que al llegar al lugar donde la estrella de Belén alumbra, tendremos la llave del Reino de los Cielos.
Cuando nacemos a un nuevo grado de apertura, de sencillez, cuando aprendemos, es Navidad. Cuando nos volvemos más auténticos, más tiernos, cuando dejamos atrás rencores, prohibiciones, prejuicios y temores, es Navidad. Cuando amamos, cuando nos amamos, cuando servimos, es Navidad.
Podemos oficiar la Navidad cada día, primavera, invierno y verano, o no oficiarla ni en Noche Buena, ni el 25 de Diciembre, ni nunca. Depende de nuestra actitud y nuestra visión.
¡FELIZ NAVIDAD!