sábado, septiembre 29, 2012

EL ARTE DE ESCUCHAR

Cómo ayudar al paciente y a su familia, de manera que se sintieran mejor ellos mismos y llegaran a ser los auténticos protagonistas en una fase de enfermedad?

  
No toda ayuda alcanza su fin. Hay muchos profesionales que no escuchan o tal vez no sepan escuchar. Por eso, mientras parece que escuchan lo que la otra persona les cuenta, no lo hacen. Toman con toda atención la información que el otro les facilita, pero no para ponerse en su lugar, comprender al otro y sentir en la propia carne sus sentimientos, angustias y preocupaciones, tal y como esa persona los experimenta.

Con la información que obtienen comienzan a articular sus propias teorías y dan su consejo: “tú lo que tienes que hacer es...”
Sin embargo no han sentido, ni experimentado, ni compartido ninguno de los sufrimientos ajenos.
 
Escuchar es embeberse en la intimidad del otro dejando fuera, por un momento, la propia.

Escuchar
es poner el acento en el otro y no en el propio yo.

Escuchar no es pensar lo que en esa ocasión parece más conveniente decir.

Para escuchar no hay que decir nada. A la escucha le sobra con su propio esfuerzo.

Escuchar exige que nuestro yo se ponga entre paréntesis, porque lo único que en verdad importa -en esos momentos - es lo que el otro dice, cómo lo dice y qué experimenta cuando lo cuenta: si se siente comprendido y descansa o no.

Escuchar es olvidarse de uno mismo y tratar de ser, por un  momento, el otro con todas sus circunstancias, sin que ni éstas ni aquellas sean juzgadas.

Escuchar es acoger lo que el otro dice, hacerlo nuestro, interiorizarlo, para desde allí hacerse cargo de lo que al otro le pasa y poder así ayudarle mejor. Esto se llama compasión. 

Ayudar a la autoestima de estas personas exige en primer lugar que los escuchemos.


viernes, septiembre 14, 2012

TODOS DESEAMOS VIVIR


A nadie le gusta morir. 
No hay ninguna persona que no quiera vivir un día más, excepto aquellas que padecen un gran sufrimiento (cualquiera sea la causa de éste) y que esperan la muerte como una liberación. 
Ningún ser vivo en condiciones ordinarias desea morir. 
Sólo algunas personas de muy evolucionada consciencia y totalmente desapegadas enfocan la muerte con ecuanimidad o indiferencia. 

Todos los demás seres anhelan seguir sintiendo. Así de poderosa y, a menudo, ciega es la biología. Ella se nos impone, nos vive y sobrevive. Incluso los enfermos más graves suelen rebelarse contra la muerte. Hasta aquellos que están impedidos, salvo raras excepciones, quieren seguir viviendo. 

Los que creen en otra vida póstuma más apacible se niegan a abandonar este 'valle de lágrimas' que es la existencia humana. 
Para los místicos, no obstante, la cuestión es muy diferente. Ellos mueren porque no mueren y tienen tan desorbitado afán de gozar de lo Inmenso, que toman la muerte como el ojo de buey a lo infinito. El místico ha saboreado realidades supremas que le invitan a dejar esta envoltura carnal para fundirse con la fuente.

 Ramiro Calle