jueves, mayo 10, 2012

OTOÑO, FINITUD DEL VERANO

















Le pido a una vecina que no barra las hojas del otoño que se han acumulado estos días en nuestra vereda común. Me mira extraña y sonríe. Comprendo que sea difícil entender a un vecino que defienda el derecho de las hojas de los liquidámbares y los “ginko biloba” a permanecer ahí, para ser contempladas, ser pisadas (algunas crujen) para jugar con ellas. Las hojas de otoño, en nuestra ciudad, desafían nuestros intentos de tener todo bajo control. Innumerables hojas amarillas, rojas, castaño, caen y caen sin tregua, como diciéndonos “todo cae, sin embargo, caer es hermoso. Eres también una hoja de tu propio otoño, batida por el tiempo, déjate caer… “ Somos pasajeros, destellos en la noche. Pensamos que pensar en eso con resignación significa una humillante derrota, derrota ante la finitud y la muerte. Sin embargo, el mismo otoño – maestro de las grandes estaciones –se encarga de enseñarnos que envejecer y declinar es bello. El otoño no se hace implantes ni liposucciones así mismo. No busca prolongar artificialmente la primavera, esplende con el máximo de intensidad en el momento mismo de eclipsarse, al igual que las estrellas, que cuando colapsan en un espectáculo pirotécnico de adiós. El cielo se ha encargado de hacer del ocaso una fiesta y no un funeral. ¡No barramos las hojas de este otoño, dejémosla el máximo tiempo posible acompañarnos en el fugaz paso por esta tierra! Si los niños no pisan las hojas de otoño desde temprano ¿qué tipo de adultos serán mañana? La mayor parte de nuestras neurosis, frustraciones, rabias y falta de sabiduría para vivir nacen a que nadie nos ha enseñado a envejecer y a morir. Salvo el otoño.

Gracias Cristián Warnken